Invisibles. Así nos retrata de algún modo la nueva ley de Familias. Somos ese ente extraño donde el Gobierno se empeña en meter realidades familiares, a las que respeto profundamente, con las que poco o nada tenemos que ver. Al mismo tiempo, no hay ni una letra ni una coma de ese gran proyecto que haga alusión a la realidad de las familias numerosas. Somos eso: invisibles, transparentes.

Claro que, ese “ser invisible” tiene rasgos particulares. Al parecer aun siéndolo, pagamos nuestros impuestos, compramos en los supermercados, trabajamos, cuidamos de los nuestros y tenemos las mismas obligaciones que los demás. ¡Qué curiosa invisibilidad la nuestra!  

Por supuesto, compartimos mucho con el resto de ciudadanos. Pero, no dejo de preguntarme, ¿quién se ha llevado nuestros derechos? ¿Dónde está la proporcionalidad que debe existir en un estado de bienestar? Aquellos que tanto defienden que no es posible dar lo mismo al que tiene 3 que al que tiene 3.000, ¿podrían ayudarnos a defender que no es lo mismo tener uno, tres o seis hijos? ¿Cuánto tiempo más van a obligarnos a ‘calzar’ el mismo número? ¿Deben todas las familias “usar” la misma talla para gozar de derechos?

“Se repiten ustedes”, dirán algunos. Sí, efectivamente. Por desgracia, hemos tocado esta cantinela un millón de veces y todavía nadie en la esfera pública ha pensado: ¿y si les ayudamos a que interpreten algo distinto? Insisto en que no pedimos privilegios sino lo que es y se entiende como justicia en el resto de decisiones sociales y políticas que se toman cada día.

Algo no funciona. Solo hay un silencio ensordecedor, un vacío de desigualdades y la invisibilidad chillona imposible de ocultar. En fin, tantas y tantas preguntas sin resolver. Y el Principito, que está de moda, quizá tenga la clave. “Lo esencial es invisible a los ojos”.

Y tan invisible.

 

Pedro Tourón Porto- Presidente de la ANFN

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